CUANDO ENTREVISTÉ A ISABEL ALLENDE Y NADA SALIÓ COMO YO QUERÍA

Por Lili Rico

Y cómo un arroz con leche milagroso me salvó de hacer la entrevista más aburrida de la vida.

Entrevistas Historias y cuentos Inteligencia narrativa Storytelling

Tuve la gran suerte de tener uno de los mejores oficios del mundo, entrevistar a algunos de mis héroes, primero para televisión, y después para una editorial y para diversos medios. ¡Quién me lo iba a decir! Los recogía en el hotel, los invitaba a almorzar y luego nos sentábamos a conversar. ¡Podía preguntarles lo que quisiera!, bueno, no exageremos, digamos que podía preguntarles muchas cosas.

Mis héroes son mis héroes porque me quitaron la miopía, me abrieron la cabeza con historias y me hicieron adorarlas: en las letras de las canciones, en las cartas, en las conversaciones con los abuelos, en los discursos, en la literatura…todo lo que tenga que ver con las historias me interesa. Las colecciono, las uso para educar a mis hijos, para hacerme entender y para hacerme querer; para entretener, para que no me olviden tan fácil, para vender, para convencer, para influenciar, para enseñar, y además, para vivir, porque con ellas me gano la vida y sin ellas no me la imagino.

Pero había un pero en este oficio de entrevistar escritores. Un detalle que nadie nunca me advirtió y que me costó lagrimas, decepciones y amarguras antes de descubrirlo y aprenderlo a sortear.

Resulta que para el escritor tú eres solo una entrevistadora desconocida más, de una ciudad más, de un día más de su gira para promocionar su nueva obra. 

Pero para ti, no, para ti ese día es el día X que has estado anhelando durante muchos meses, un día que vas a cumplir un sueño. Para ti significa conocer a quien te ha hecho emocionar, darte cuenta, gozar, sufrir, pasar noches en vela; quien ha acompañado tus soledades, quien te ha consolado, entretenido, quien te ha salpimentado la vida… y, además, los amantes de los libros lo saben: ¡quien te ha salvado la vida en varias ocasiones!

Ese día tú te duchas sin haber pegado el ojo, ¡quién pega el ojo la víspera de cumplir un sueño! Y te aplicas más maquillaje para disimular las ojeras. El estómago se te revuelve. Te tomas una tila y otra antes de salir hacia ese hotel a encontrarte con uno de tus personajes preferidos.

Llevas preparando ese momento meses, te has leído toda su obra, todos sus artículos, todo lo que lleve su nombre.

Y entonces cuando llegas al hotel pueden suceder 2 cosas.

Cosa #1:

Puede que ese día tu héroe esté de buen humor, entonado e inspirado y la entrevista resulte incluso mejor de lo que esperabas, y todo es una fiesta y terminan la entrevista abrazados, haciéndose las fotos de rigor y recibiendo vítores de todo dios: de tu jefa, de la jefa de tu jefa, de tus compañeros, de los camarógrafos y de todo el equipo, y claro, de tu héroe de carne y hueso.

Y esa noche te vas a la cama y no pegas el ojo porque ¡quién pega el ojo después de haber cumplido un sueño!

Pero.

Cosa #2:

Tu heroína no está de humor, está cansada, o triste o preocupada, ¡o qué se yo! Te das cuenta de que tiene incluso más maquillaje que el de tus ojeras, te saluda sin mucho entusiasmo, te responde educadamente a tus preguntas nerviosas: ¿Qué tal estuvo el viaje desde California? ¿Qué tal el Hotel? ¿Y la comida? ¿Te gusta España?

Y se hace un silencio… ella no hace ningún socorrido comentario ni del tiempo, ni del tráfico, no te pregunta nada de ti y tú tampoco te atreves a seguir con el blablabla.

Mi heroína de ese día se llama Isabel Allende, una de mis escritoras más amadas en mis inicios como lectora. Sus libros me hicieron reconciliarme con mi género cuando en mi adolescencia soñaba con ser hombre para que nadie me mandara y para poder orinar de pie. Gracias a ella me di cuenta de que esas historias de corazonadas que se cumplían que nos contaba mi abuelo eran ciertas, y gracias a ella desde muy temprano me entró ese afán de experimentar pronto el dolor de vivir un desamor, un abandono, una infidelidad, un amor secreto imposible… solo para saber lo que se siente y poder escribirlo, así como lo hacía ella.

Y entonces ahí estaba con ella, ¡toda para mí!, Pero cómo explicarlo, sí, ella estaba ahí, ‘de cuerpo presente’, la podía tocar y hasta oler su perfume, pero solo eso, porque su alma no estaba. No lo puedo explicar mejor.

Era simpática, amable, pero, como dicen en España, “no había de dónde rascar”.

En la entrevista íbamos a hablar de varias de sus obras, entre ellas, de “Afrodita, cuentos, recetas y otros afrodisiacos”, un libro que dio mucho de qué hablar en su momento porque la escritora lo escribió cuando cumplió los 55 años y los celebró con ese libro que era toda una efervescencia erótica, tal y como lo dice en la introducción:

Además había alborotado a la prensa confesando uno de sus sueños cuando estaba escribiendo la obra:

Y entonces arrancó la entrevista. Pasaron unos minutos de preguntas a las que ella respondió correctamente pero, insisto, sin alma, como si no fuera ella.

Vamos a ver: estaba entrevistando a Isabel Allende, íbamos a hablar de erotismo, de sexo, de afrodisiacos… y esta señora no era ni la sombra de mi heroína. 

La entrevista estaba siendo un desastre: yo recitando mis preguntas aprendidas y ella, ella haciendo lo que buenamente podía para ser polite, para que no se le notara mucho que tenía “algo”. 

Y entonces en un momento dado pensé ¿qué puedo hacer para hacerla sentir mejor? por primera vez estaba pensando en ella y no en mí o en mi famosa entrevista. Y de repente se me vino a la cabeza una de las recetas de su libro: 

Y aproveché un brake para llamar a una de las personas del equipo y le dije:

– Inma, vete al restaurante de la esquina y pide 2 platos de arroz con leche bien llenos y me los traes por favor echando leches y los pones en la mesita. 

Cuando por fin llegaron los 2 platos, a ella se le abrieron los ojos. Y ustedes pensarán que estoy exagerando y seguro que sí, pero les prometo que poco a poco, con cada cucharada, le fue volviendo el alma al cuerpo.

Y entonces nos contó que en 1991, en un restaurante de Madrid, se comió cuatro platos de arroz con leche y luego otro más de postre. Nos contó que se los comió de un tirón, con la esperanza de que ese plato de su niñez le ayudara a soportar la enfermedad de su hija Paula

-Desde ese momento el arroz con leche quedó asociado en mi memoria con el consuelo espiritual, dijo.

Obviamente yo no toqué mi plato, por si las moscas.

Y entonces en ese momento me di cuenta de algo que se me había pasado por completo: justamente por esos días se cumplían 10 años de la muerte de su hija Paula. Y estábamos en Madrid, la ciudad en la que Paula estuvo casi un año hospitalizada.

Yo había leído todos sus libros, todos los artículos, había leído todo lo que ella había escrito sobre la muerte de su hija. Y se me pasó, no lo tuve en cuenta.

La falta de experiencia mezclada con la emoción ególatra de entrevistarla y hablar de lo que yo quería y hacerle las preguntas que yo quería, no me dejaron ver al ser humano que tenía enfrente y sus circunstancias… Hasta ese momento divino en que dejé de pensar en mí, en mi entrevista, para pensar qué podía hacer para que ella se sintiera un pelín mejor, para animarla, para alegrarla, y entonces ¡zas! se me vino a la cabeza ese bendito arroz con leche consolador.

Mientras Isabel se comía postre remontamos la entrevista, no hice las peguntas que tenía preparadas, simplemente empezamos a conversar y ella fue llevando la conversación a su terreno, a su momento, a lo que ella podía, necesitaba y quería hablar. Y fue más bonito de lo que nunca me imaginé, cuando menos pensamos se nos acabó el tiempo. Se acabó la entrevista y seguimos conversando.

Y aquí viene la lección cultural compartida, como les gusta llamar a la moraleja de toda la vida a los modernos. Ojo, yo siempre les digo a mis alumnos que nunca den moralejas, me caen mal las moralejas por una razón: siempre se quedan cortas.  

Si algo tienen las buenas historias es que le enseñan a cada quien justo lo que necesita aprender de ellas. Tú ves cosas que yo no vi y viceversa, esa es parte de la magia de las historias, que son como un guante que se acomoda a todas las manos.

Pero sí quiero decirles lo que yo aprendí de esta historia, porque me ha servido mucho pero que mucho en la vida: para ser mejor entrevistadora, mejor mamá y mejor hija, mejor formadora y mejor amiga, mejor pareja, mejor jefa, mejor vendedora, mejor conversadora, mejor oradora. Una lección que tiene que ver con aprender a escuchar al otro, a leerlo entre líneas, a desempolvar nuestras neuronas espejo para ponernos en sintonía con ese otro (llámese hijo, cliente, compañero, pareja, colaborador, jefe, paciente), para empatizar y darnos cuenta de lo que el otro necesita, de lo que el otro está sintiendo.

Supuestamente no es tan difícil, estamos biológicamente equipados para ello, gracias a esas neuronas espejo podemos intuir lo que está cavilando el cerebro del otro, lo que está sintiendo.

Es uno de los más grades descubrimientos de la neurociencia de las últimas 2 décadas, es la nueva ciencia de cómo conectamos con los demás: las neuronas espejo, llamadas por algunos científicos las neuronas de la empatía, una red invisible que nos proporciona una de las habilidades más asombrosas que posee la mente humana: la habilidad de leer la mente, de leer el cuerpo, leer la intención, leer el corazón.

Antes de bajarse del carro para volver a la habitación de su hotel, Isabel me dijo:

“El que tenga oídos para oír…

Y ojos para observar

Y disposición para entender y conectar

Y palabras para reconfortar…

Empatía y compasión no son valores espirituales, es un sentido práctico de la vida.

Tú supiste leerme, y yo no olvidaré este arroz con leche consolador ni esta conversación reconfortante.

Gracias”.

El que tenga oídos para oír… 

Y ojos para observar 

Y disposición para entender y conectar

Y palabras para reconfortar…

Todos los tenemos, lo tenemos porque somos personas, porque tenemos esa maravillosa capacidad en nuestra biología. El quid de la cuestión es si queremos echar mano de ella, si nos interesa entrenarla.

No se trata de soltar el rollo que tengo preparado y ya, no se trata de decir lo que tengo que decir y sálvese quien pueda, no se trata, en mi caso, de seguir a raja tabla el guion de la entrevista porque llevo tanto tiempo preparándola para que quede perfecta. No se trata de recitar tu presentación ante la junta directiva, esa que llevas 3 meses preparando con tu equipo y que tanto se juegan todos con ella. No, porque si tu audiencia no está en sintonía, si tú no la tienes en cuenta, si no vas tanteando cómo está su atención, cómo van reaccionando, te puedes perder y tu mensaje no va llegar cómo tú necesitas que llegue.Y no sirvieron de nada los 3 meses de ensayos.

Se trata de tener en cuenta al otro, de querer leerlo, de querer percibirlo, de tantearlo para entender su momento, de saber observarlos, porque solo de esa manera vamos a poder conectar con ellos, solo de esa manera vamos a poder maniobrar para ganarnos su atención, para que nos escuchen.

Frase del Reverendo Robert Harold Schuller quien fuera el líder del programa “Hour of Power” el programa de TV religioso de mayor audiencia en el mundo

Me encanta esa frase porque es muy visual, confieso que cuando tengo en frente a alguien que yo sé que no me está escuchando sino que simplemente está esperando a que yo termine para poder hablar, comienzo a imaginarme que sus orejas se van reduciendo de tamaño hasta volverse chiquitas, jaja.

Por eso siempre le digo a mis hijos, a mis alumnos, a los líderes y profesionales a quienes les doy formaciones y mentorías, que deberíamos ser como el lobo feroz de Caperucita: “Con orejas grandes para oírte mejor”, “Con ojos grandes para verte mejor”.

Eso, sumado a nuestra intención real de querer conectar, es lo único que necesitamos para hacerlo, porque ya sabemos que nuestra biología nos ayuda, contamos con ella.

Termino con estas 2 frases de Simone Weil una francesa inspiradora, una activista adelantada a su tiempo, educadora y filósofa, a la que Albert Camus describió como «el único gran espíritu de nuestro tiempo».

El storytelling es una gran herramienta para generar y entrenar la empatía. Si quieres mejorar tu comunicación y la de tu equipo, échale un vistazo a mis talleres, son un buen entrenamiento para reforzar habilidades como la empatía, la escucha activa, para aprender a encontrar, crear y trabajar con las historias para construir equipo, para vender más y mejor, para influir más y mejor, para impulsar tu marca personal y comercial. ¿Conversamos?

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