LA HISTORIA DE CÓMO ENTRÉ AL PERIÓDICO EL TIEMPO GRACIAS A UN POEMA
Por Lili Rico
Después de este rato que Don Hernando Santos y yo necesitamos para volver en sí, él se despachó con esta frase. Una frase que iba a cambiar muchas cosas en mi vida, una historia que nunca me cansaré de contar.
Corría el año 1993, yo tenía 22 años y estaba en el último año de periodismo.
El periódico El Tiempo había decido iniciar una Escuela de Periodismo para reclutar jóvenes talentos de todo el país. Todas las facultades de periodismo debían proponer 10 candidatos y de toda esa gente solo 10 serían los seleccionados para estar en ese semillero y recibir clases con algunos de los mejores periodistas en el mejor periódico de Colombia.
La cosa no era fácil, pero después de ir pasando las cribas de inglés, de conocimientos generales, actualidad, redacción y qué se yo… quedábamos unos cuantos para pasar la prueba definitiva: la entrevista final con algunos de los Santos y no recuerdo quién más.
Cuando me tocó el turno, entré y me senté en la única silla vacía al lado de Don Hernando Santos Castillo, el director del periódico.
La boca se me secó al ver a varios Santos juntos. Para una estudiante de periodismo de 22 años, entrar a esa escuela de periodismo de El Tiempo era, y nunca mejor dicho, como llegar y besar el Santo.
Estábamos en 1993, un año que recuerdo como uno de los más importantes de mi vida, un año en que pasaron muchas cosas.
En 1993 una oleada de atentados con carrobombas sacudió a las principales ciudades colombianas, especialmente a Bogotá, dejando cientos de muertos. 1993 fue el año en que Colombia inició su proceso de conexión a Internet. 1993 fue el año que Colombia derrotó a Argentina en su propia casa por cinco goles a cero, en un resultado que a nadie se le va a olvidar y que nos dio la clasificación directa al mundial. 1993 fue el año en que Carlos Vives sacó sus discos Escalona y Clásicos de la Provincia y Steven Spielberg presentó Jurassic Park. En 1993 morían cantinflas, Fellini y Héctor Lavoe. En 1993 terminó el Apartheid. Y el 2 de diciembre, justo el día en que la escuela terminaba, mataron a Pablo Escobar.
Yo realmente quería estar ahí, ser parte de ese grupo selecto de aspirantes a periodistas. No podía encontrar una mejor manera de empezar mi carrera profesional.
Sabía que solamente con haber llegado hasta ahí, aquel día, iba a tener una historia significativa para contar. Lo que no sabía era que realmente aquel día iba a vivir una de las historias más importantes de mi vida, una historia que siempre le cuento a mis alumnos, una historia que casi siempre traigo a colación en mis talleres, en mis entrevistas, y hasta en mis citas románticas. Eso es lo bueno de las buenas historias, que sirven para todo.
Una de las mejores historias de mi KIT de historias personales y profesionales.
Ahí va:
Nos habíamos quedado en que entré y me senté el lado de Don Hermando.
Saludé a todos, les dije mi nombre, vengo de Medellín, de la Universidad Pontificia Bolivariana…. y se hizo un silencio como de: ¿y qué le preguntamos a esta chiquita? ¿Cuántos faltarán? Ya vamos en la R, deben faltar pocos…
Entonces fue Don Hernando Santos el que primero preguntó. Y salió con algo que yo no me esperaba para nada.
-Paisita de Medellín, ¿a usted le gusta la poesía?
– Claro Don Hernando, sobre todo la del parnaso colombiano.
¡Toma! ¿Yo por qué carajos dije eso? Y claro, a ese señor se le abrieron los ojos.
-¿Del parnaso colombiano? ¡Qué va a saber una china del parnaso colombiano!
Y soltó una carcajada de esas en las que uno alcanza a ver hasta las muelas del juicio.
Y yo, con la cara encendida no sé si de la rabia o de la pena o del susto, le dije:
-Mi poesía preferida es una del parnaso Colombiano, una muy larga.
-¿Una muy larga? No me va a decir que es la que yo estoy pensando…
-A solas
-¿A solas? Respondió él con cara de no me voy a dejar mamar gallo de esta sardina.
-A solas, de Ismael Enrique Arciniegas, sí señor.
-¿Y por qué te gusta?
-Me la aprendí cuando mi primer amor de la vida me dejó, me dejó sin decir nada. Después de muchos meses de novios, un día dejó de llamar y nunca más volví a verlo. Se fue sin explicarme nada, simplemente desapareció. Entonces me la aprendí, de la rabia me la aprendí enterita.
-¿Toda?
-Toda Don Hernando, la tusa era demasiado grande. (tusa= a pena de amor para los que no lo sepan)
-Entonces él soltó otra carcajada, pero esta vez yo la sentí como un chorro de agua calentita, como un bálsamo relajante. Para ese momento en la sala ya solo estábamos él y yo, a mí se me habían olvidado los nervios y los demás comensales.
-La escucho paisita.
Y yo, ya sin pena, ni susto, ni miedo, ni vergüenza cerré los ojos y empecé a recitar. Y digo a recitar porque no era que dijera de memoria la poesía, no, era que la estaba recitando con movimiento de manos, gestos de cara, muevas, con silencios… ¡con entonado acento!

Y seguí recitando los 10 párrafos que faltaban. Siempre con los ojos cerrados, quizás por eso se me olvidó dónde estaba, porque cuando yo recito “A Solas” solo puedo tener una sola cosa en la cabeza y en el corazón: (sí, aunque hayan pasado casi 30 años de eso): al innombrable.
Al innombrable que ni siquiera tuvo el coraje de poner la cara.
Cuando terminé, abrí los ojos y vi a Don Hernando con una cara de encantamiento, de nostalgia, esas caras que se le quedan a las personas cuando se van al pasado a despertar recuerdos.
Incluso puedo decir que Don Hernando tenía los ojos inundados y que por eso no dijo nada durante unos segundos después de que yo terminé.

Quizás estaba esperando que la voz saliera sin ninguna afectación o quizás estaba pensando qué decir…no sé, quizás esto sea un invento mío pero qué más da, démonos la licencia de imaginarnos a Don Hernando Santos con una lágrima a punto de desbordarse gracias ese poema, gracias a Ismael Enrique Arciniegas y gracias al innombrable.
Después de este rato que Don Hernando Santos y yo necesitamos para volver en sí, él por fin se despachó con esta frase. Una de las mejores noticias que me han dado en la vida, una frase que iba a cambiar muchas cosas para mí, una frase nunca me cansaré de repetir, una historia que nunca me cansaré de contar.
Don Hernando los miró a todos y otra vez desde su papel de director, dijo:
-“Esta china se queda en la escuela de periodismo, los otros 9 los eligen ustedes”.
Y así fue como entré a a la primera escuela del Periódico El Tiempo, por un poema aprendido para consolarme de la primera gran tusa de mi vida.
Hoy tengo un poemario completo, pero eso es otra historia.
¿Por qué hay que tener un kit de historias personales?
Esta historia me ha servido para mucha cosas a lo largo de mi vida: para hablar de mis comienzos de carrera y cómo esa experiencia en El Tiempo me abrió las puertas para luego ganarme una beca y poder trabajar en la Agencia EFE en España entrevistando a escritores; o cómo gracias a estar en El Tiempo pude entrevistar a García Márquez y ganarme una mención honorífica por mi trabajo de tesis gracias a esa entrevista.
Esta historia me ha servido para argumentarle a mis hijos que todo lo que uno aprende en la vida tarde o temprano le sirve para algo.
Esta historia me ha servido también para ligar, para entretener, para inspirar a mis alumnos y que no se nos olvide que en cualquier caso, siempre nos quedará la poesía.
La cuestión que no debo perder nunca de vista es saber muy bien cuándo contarla, cómo contarla y para qué contarla. Esa es la clave, porque no todas las historias valen para todo, ni para todos los momentos. Por eso hay que tener un kit de historias personales del cual echar mano y tenerlas tan preparadas, que nos sorprendamos improvisándolas en cualquier momento.
Esto es justamente lo que hago cuando acompaño a líderes y profesionales a descubrir su kit de historias personales y profesionales en mis talleres y sesiones personales.
Algunas veces me enfrento con una resistencia del tipo: yo no tengo historias significativas, a mí no me ha pasado nada tan extraordinario, nada que merezca ser compartido…

Una vez que hemos aprendido a contar nuestras historias e incorporarlas en nuestra narrativa diaria, (personal y profesional), no solamente nos sentiremos más seguros en nuestras presentaciones y conversaciones, sino que resultaremos más confiables, más auténticos, más cercanos para los demás.