Siempre, como en el amor, decía Gabriel García Márquez, yo sigo esperando en el fondo de mi alma que llegue el entrevistador o la entrevistadora de mi vida.
A Gabo no le gustaban los entrevistadores pero amaba la entrevista periodística como género, por eso cuando decidí hacer mi tesis de grado sobre la entrevista: ENTREVISTAS A LOS ENTREVISTADORES SOBRE LA ENTREVISTA, me obsesioné con entrevistarlo. Yo quería que me contara qué se necesita para ser un buen entrevistador.
Para aquel entonces, año 1993, yo era parte del primera Escuela de Periodismo del Periódico Tiempo en Bogotá, los “Santos” aún eran los dueños del tabloide y con un poco de suerte me podía conseguir los teléfonos del escritor.
Uno de los Santos me dio muchos teléfonos de Gabo por todo el mundo: Cartagena, Barcelona, París, México y no me acuerdo de dónde más.

El sábado a las 10 de la mañana marqué el primer teléfono a México. A la primera me contestó un señor.
-Diga
-Buenos días, ¿podría hablar con García Márquez por favor?
– Habla con él
– ¡En serio! Respondí yo, mosqueada. Las llamadas a larga distancia eran venenosas en aquella época.
– Es en serio soy yo, -dijo como sonriendo-, Mercedes está en la cama porque no se siente bien y la chica se fue a hacer la compra, por eso estoy de telefonista.
¡El corazón me dio un brinco! ¡Era él, era su voz!
Después de explicarle lo mejor que me dejó el susto el motivo de la llamada, él se quedó un momento en silencio y dijo:
-Yo no te voy a dar una entrevista, yo no puedo darle una entrevista a todos los que me llaman aquí porque no me daría la vida sino para eso, pero si me respondes unas preguntas, te doy una beca para irte a Cuba a mi Escuela de Cine y TV.
¡Más me valía saber las respuestas! No me iba a perdonar por el resto de mi vida ni de las siguientes no saberle responder y perderme esa oportunidad, el sueño de cualquier periodista colombiano: ser alumno de Gabriel García Márquez.
-¿A quién se le atribuye la invención de la entrevista periodística?
– A James Gordon Bennet del New York Herald en 1836. He leído todo sobre ese caso y voy a contar la historia en mi tesis de grado de periodista. -Le dije yo, feliz de saber la respuesta-.
– Muy bien y ¿cuál es la historia?

– Una noche de abril de 1836 fue asesinada Ellen Jewett, prostituta, una de las mujeres más hermosas de Nueva York, y esa muerte se convirtió en un escándalo nacional gracias al cubrimiento que hizo Bennet, el director del Herald, a la noticia. Copiando la idea de las audiencias judiciales, Bennet entrevistó a testigos de los hechos y presentó la información a modo de preguntas y respuestas, y fue añadiendo cada vez más detalles en sus crónicas diarias. Aquella forma de presentar la información, a manera de entrevistas y de historia, logró que todo el país hablara del asesinato y consiguió probar la inocencia del acusado a punto de ser condenado.
-¡Muy bien! – ¡Gabo estaba contento con mis respuestas! ¿Y cómo era ella? Me preguntó.
-….mmm tenía 26 años y era huérfana y él tenía 18 y era de una familia rica. Se conocieron cuando él la salvó de un maleante y desde ese momento se convirtió en su mejor cliente. Y poco a poco en su único amor.
-Pero yo te pregunté cómo era ella, ¿era alta, bajita, flaca? ¿Cómo tenía el pelo? ¿Se movía lento o rápido? ¿Sonreía mucho o poco? ¿Era sensual? ¿Era tímida o habladora? ¿Se querían?
Yo no supe qué contestar. Me quedé en silencio.
-Me dices que has leído todo sobre esta historia y que la vas a contar en tu tesis
-Si
-¿Y cómo la vas a contar esa historia si ni siquiera sabes cómo era ella, cómo sonreía, cómo movía las caderas al caminar, de qué color eran sus ojos, cómo movía las manos y cómo lo miraba a él cuando llegaba para hacer el amor…? A nadie le va a interesar tu historia si tú no tienes primero en tu mente todos esos detalles. Detalles, detalles, detalles, mientras más personal, más universal será tu relato.
Un buen entrevistador tiene que saber cómo se echa un cuento. Un buen entrevistador es un buen conversador y un buen conversador escucha y mira, no se le escapa ningún detalle, porque esos detalles son los que le dan alimento al alma de una buena historia.
Esa mañana Gabo fue generoso conmigo. Me dio las claves, no solo de una buena entrevista sino del arte de saber contar historias, de conectar y llegar a la humanidad de los otros.
Yo era muy joven, todavía no podía saber que esa conversación me había cambiado la vida.
Cuando colgué, todavía con el corazón a mil y antes de asimilar lo que me había acabado de pasar, empecé a ver a Ellen Jewett moviendo las caderas suavemente al caminar, empecé a sentir el olor de flores de su pelo largo. Empecé a notar cómo sus ojos miraban a su amante que se acercaba por entre el humo del cigarrillo que disfrutaba lentamente. Y por fin los vi juntos, queriéndose, revolcándose en el ese cuarto de burdel que olía a rancio, a humo, a vino de barril.
Ese día, todavía con la adrenalina haciendo de las suyas en el cuerpo, supe que lo que más quería en la vida era entrevistar, escuchar y contar historias. Y recuerdo que pensé, ¿cómo me las voy a arreglar para convertir esto de contar historias en un oficio?
Y a eso me he dedicado desde que entendí (después de dar muchas vueltas) que las historias no solo son entretenidas, divertidas, sino también terapéuticas y necesarias para vivir. Las historias nos ayudan a darle sentido a la vida; con las historias explicamos cómo funcionan las cosas, explicamos cómo tomamos decisiones y las justificamos; con las historias convencemos a los demás, conectamos con los demás; con las historias creamos nuestras identidades y transmitimos valores.

Mi oficio consiste en trabajar con las historias para facilitar la transformación de personas, marcas y organizaciones. Porque así como las personas necesitamos de las historias, las organizaciones también. Una organización que sabe sacarle provecho a sus historias es una organización más inteligente y más humana.
En el corazón de cada empresa o marca se esconden relatos gracias a los cuales obtiene su identidad y nuestro amor, lealtad o indiferencia. Yo te puedo ayudar a descubrir esas historias.
.
